(Clarín) Hay más chicos mal alimentados que, o no cubren sus requisitos nutricionales o directamente pasan hambre, en hogares donde eso de “mate cocido con pan y a la cama” es una realidad, según el último informe del equipo del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia (del Observatorio de la Deuda Social de la UCA), en base a la encuesta que realizan cada año.
El relevamiento de cómo los niños atravesaron el 2018 muestra que el déficit general que genera la crisis económica a ellos les pega –literalmente- en el cuerpo. Por un lado, la cifra de inseguridad alimentaria pasó, en un año, de 21,7% a 29,3%. Es decir que hay más hogares en los que, por falta de dinero, se redujo la dieta alimentaria de los últimos 12 meses. En el 13% de los casos (contra el 9,6% de 2017) los consultados expresaron que en su hogar los chicos habían sufrido “inseguridad alimentaria severa”.
De la desnutrición al sobrepeso y la obesidad, el problema de la mala alimentación infantil parece haberse vuelto ingobernable. El informe del ODSA es elocuente y duro: “El riesgo alimentario de la infancia se incrementó en el último período interanual, 2017-2018, en un 35%. La proporción de niños/as en hogares que no logran cubrir las necesidades alimentarias de todos su miembros por problemas económicos se estima que en 2018 alcanzó el 29,3%, y de modo directo a través de la experiencia del hambre, al 13%. Ambas cifras son las más elevadas de la década”.
¿La paradoja? Creció la inseguridad alimentaria, pero hay más comedores, o sea, espacios gratuitos que asisten a los sectores más vulnerables; nada menos que un 33,6% más que en 2010. Más de dos tercios de ese aumento ocurrió entre 2015 y 2018, un intento concreto de paliar los efectos de la inflación y la recesión.