Columna de Manuel Herbas, Abogado del Departamento de Legales de OSJERA.

UNA APROXIMACIÓN A LA VIOLENCIA DE GÉNERO

Vamos a comenzar enumerando las normas internacionales que tratan la cuestión, como la Convención Sobre la Eliminación de Todas Formas de Discriminación Contra la Mujer (CEDAW), que entró en vigencia en septiembre de 1981, y en nuestro país desde agosto de 1985, mediante Ley 23.179.

Luego, la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer, comúnmente conocida como la Convención de Belém do Pará, vigente desde marzo del ’95 y adoptada por Argentina por Ley 24.632.

Y finalmente la Ley 26.485, de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, que define en su art. 4º: “Se entiende por violencia contra las mujeres toda conducta, acción u omisión, que de manera directa o indirecta, tanto en el ámbito público como en el privado, basada en una relación desigual de poder, afecte su vida, libertad, dignidad, integridad física, psicológica, sexual, económica o patrimonial, como así también su seguridad personal. Quedan comprendidas las perpetradas desde el Estado o por sus agentes. Se considera violencia indirecta, a los efectos de la presente ley, toda conducta, acción omisión, disposición, criterio o práctica discriminatoria que ponga a la mujer en desventaja con respecto al varón”

Como vemos, leyes que regulen y protejan los derechos no faltan.

Pero ante tales marcos normativos, vemos que el problema lejos de amenguar se incrementa en el tiempo.

Es entonces que debemos analizar las causas y los posibles medios de revertir la realidad.

Y es aquí donde es esencial el involucramiento activo de la comunidad, para operar y deconstruir una sociedad eminentemente patriarcal y generar otra igualitaria y tolerante, pero en alerta ante las células dañosas.

Debemos partir de la base que el género es una construcción cultural, social, e histórica. No tiene un origen biológico.

Desde siempre se han establecido jerarquías supuestamente naturales, como por ejemplo la relación amo-esclavo.

Así, hemos aceptado sin cuestionar, la jerarquía varón-mujer.

En la Democracia griega, madre de nuestra concepción occidental de la forma de organización de los Estados, quienes dirimían las cuestiones relativas al Pueblo eran los hombres, que entre otras cosas eran amos, blancos, propietarios, y libres. El resto de las personas estaban excluidas de los centros de decisión.

Haciendo un rápido vuelo en la historia, nos encontramos frente a dos grandes Revoluciones: La Francesa y la Industrial.

Desde allí en adelante se observa una clara y marcada división entre lo público y lo privado, quedando lo primero vedado al género femenino, y se produce en esos tiempos lo que se conoce como la división sexual del trabajo: El hombre es el productor y la mujer la reproductora.

Expuestas tales cuestiones en grado sucinto, en nuestra pretensión comenzar a clarificar que nos encontramos inmersos en una comunidad donde los estereotipos de género nos condicionan con prejuicios y mandatos culturales, los cuales deben ser cuestionados y revertidos, y donde un buen comienzo es reconocer las necesidades del otro en un marco de solidaridad.

Con este norte, y en aras de aportar elementos que puedan mitigar el presente y modificar el futuro, debemos ser contundentes al expresar que la violencia SE ESCUCHA!

La violencia doméstica es un fenómeno de comprobada frecuencia cíclica, en el cual la víctima está inmersa en una situación de la cual le resulta muy difícil salir.

Es allí donde su entorno cercano puede percibir las señales que alertan sobre el padecimiento de la víctima, a fin de poder sustraerla del ámbito hostil en que se encuentra.

La percepción, el compromiso, y la solidaridad del entorno, es decir, de su comunidad, es el factor que puede hacer que la consigna #NIUNAMENOS comience a ser verdad.